Fueron antes las bombas, su estruendo y su destrucción, que el
sonido de las pisadas rebeldes lo que sintieron los madrileños como amenaza de
los que se les venía encima aquel otoño del 36. Semanas antes de aquel 1
de octubre en que Franco asumiera en su persona el mando único del ejército
rebelde y se convirtiera en el nuevo Caudillo de España, los aviones Savoia 81
de Mussolini ya habían asolado con sus bombas las localidades que iban
encontrando en su carrera a Madrid –la historiografía franquista habla de 102
incursiones en el mes de julio- hasta aquel 25 de agosto en el que inició la
descarga directa sobre la capital que, por cierto, contabiliza 191 ataques a
posiciones civiles y estratégicas. Pero estos ya fueron los nazis.
8 de noviembre de 2013
La revolucionaria sensatez de la PAH
Aritz Intxusta (Gara)
La bondad o maldad de un sistema político no se mide por el
método de elección de los gobernantes, sino por las consecuencias que conlleva
para la población. La justicia social y el sentido común siempre estarán por
encima de cualquier norma. Lo que es justo se puede y debe hacer antes de que la
ley llegue o aunque la ley no llegue nunca. Es más, es un deber ciudadano acabar
con la injusticia cuanto antes. El llamado estado de derecho español no es capaz
de atajar ni el hambre, ni la desesperanza del paro, ni la falta de vivienda con
la celeridad necesaria. Las leyes que rigen la vida de los ciudadanos del
Estado, e incluso de Europa, suponen un corsé para la justicia social, Pero en
todo será problema de los legisladores cambiar las leyes, no del ciudadano. La
única preocupación del ciudadano es actuar desde ya conforme al sentido común
que, para mí, sin duda es el verdadero padre de la revolución (y del buen
periodismo también). Por mucho que el principio Dura lex, sed lex esté escrito
en latín, no deja de ser una memez. Si las leyes desprenden injusticia, han de
ser ignoradas. Quien diga lo contrario, que repase lo de Nüremberg.
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